Continuar hoy con un proyecto iniciado hace siglos atendiendo a dos criterios atemporales y a una condición derivada del uso como segunda residencia.
Hay unas reglas de juego formales que no son exactamente las normativas:
1) Muros estereotómicos de piedra y entramados tectónicos de madera.
2) Los recintos, ya sean cerrados para la casa, o abiertos para la era, son el resultado de una intensa negociación con los vecinos.
3) La conexión entre la casa y la era ha de ser máxima cuando está ocupada, y nula cuando está vacía.
Burlar la normativa atendiendo a la letra pero no a su espíritu.
Idear unos porticones pendulares de desplazamiento paralelo que permiten abrir la mitad de la superficie de fachada hacia la era.
El edificio formado por dos cuerpos unidos mediante un estrangulamiento de 2 metros, funciona como una o dos casas dependiendo de la ocupación y de los ocupantes.
La era es la extensión abierta del estar que articula a su alrededor los volúmenes cerrados.
Shifting The Track
El maestro Peter Smithson gustaba de mostrar desvíos a sus alumnos. “Shifting the track!”, invocaba, cerrando los ojos mientras se sonreía.
Smithson propugnaba la reconducción de la inercia del tren de los acontecimientos mediante la práctica del “cambio de vía”. El desplazamiento lateral confirmaba muchas veces la verosimilitud de direcciones paralelas pero no canónicas. La fuerza para romper la fatalidad de los procesos surgía de constatar una serie de sospechas. Con frecuencia lo habitual, también en arquitectura, no era necesariamente mejor por ser habitual. Smithson se preguntaba por el peso real de los caminos más transitados. A él siempre le gustó perderse por las veredas. Exponía cada proyecto de arquitectura a una íntima búsqueda de satisfacción. Hacía poco caso a las urgencias su instinto de supervivencia.
En la casa de Lles se ha satisfecho la normativa cerdana. Y, aunque hay que reconocer que se atiende matizadamente al mensaje que de sus líneas emana, se sigue, sin embargo, la letra a rajatabla. Shifting the track; hemos tratado de evitar, pues, lo específico del reglamento.
Si los balcones han de ser del modelo “A”, nos olvidaremos de hacer balcones. Si las ventanas a la calle han de ser de dimensiones “X”, pues fuera ventanas a la calle, si los aleros, del modelo “Z”, enrasaremos la teja con la fachada… Nos acercaremos a lo genérico y evitaremos en lo posible lo concreto.
Como el prestidigitador intentaremos aplicar nuestras manos allá donde nadie esté mirando. La norma obliga a ennoblecer los proyectos contemporáneos con el barniz de la tradición. Pero quizá podamos también saltar por encima del mensaje folklorista si miramos directamente a sus pretendidas fuentes de inspiración. Tenemos, después de todo, una aldea, una red física de viejos intereses coordinados. Un proyecto con sus propias leyes, infinitamente más generosas con el presente que la norma. Bastará primero reconocer y después reformular los sintagmas básicos supervivientes, aprovecharse de los vectores que todavía trabajan, de los “cromosomas del crecimiento” de la trama medieval cerdana. Los materiales obligatorios ya no recubrirán una construcción de hormigón y cerámica como mero aplacado justificativo. Se usarán de acuerdo con sus posibilidades. Por ello, la madera cultivada configurará cerramientos ligeros y precisos y, la piedra, recuperada de las ruinas que había en el solar, gruesos muros a la romana.
Desde la plaza del pueblo se ve el edificio encajado en la primitiva alineación. Al llegar atravesamos la sombra de un cuerpo en generosa ménsula para descubrir un espacio que mira al valle y que queda abrazado poligonalmente por el edificio. Los rayos del sol extraen de las fachadas a la era un perceptible aroma a madera. Sus paramentos son lisos y continuos, sin perforaciones por donde de momento pueda entrar la luz al interior. Con una vuelta de la llave desencajamos el primer recorte de la fachada y entramos.
Uno tras otro se van desplazando los porticones. Exponemos a la luz algunos de los espacios desactivados. Los plegamientos con los que la montaña quebró otrora la forma del pueblo se comunican ahora a las geometrías de la casa.
En el interior, los muros, los suelos y los techos, funcionan como los cajones cerrados de una cómoda. Se usan para contener lo privado, tienen espesor.
Dos escaleras conducen a la primera planta. Se puede elegir la vía de subida. El edificio entero incorpora alternativas laterales. Es como un acordeón que intercala compases de pausa entre sus habitantes y un punto de partida situado lejos, en Barcelona por ejemplo.
La organización de los espacios interiores no sigue, pues, una ortodoxia estrictamente lineal. Cada estancia que encontramos se deja deformar por varios de los espacios ya visitados. Cada espacio previo trata de desajustar un reloj. En su calidad de segunda residencia la casa pretende obsequiar tiempo.